En “Legado de cenizas”, Tim Weiner narra ciertas acciones divertidas sobre el actuar de la CIA después de la Segunda Guerra Mundial en relación a la Unión Soviética, posteriormente, Rusia. En una de ellas, uno de los espías perfila en un telegrama de ocho mil palabras a Stalin y a la Unión Soviética como la nueva amenaza global, incluso cuando en los informes no había mayor interés de Stanlin por lograr nada. Una corazonada, una intuición, quién lo puede saber. Según Weiner, es este informe el que abre la nueva dualidad mundial. Acciones posteriores de la CIA pone en el campo ruso espías ucranianos que fueron rápidamente descubiertos y usados para enviar mensajes contrarios al gobierno estadounidense, que cayó ingenuamente en todo tipo de trampas. Esto último, supongo yo, desde mi habitación, fue lo que sucedió con el levantamiento del grupo Wagner. Con tranquilidad un grupo armado paramilitar pasó de una posición a otra. Llegó a Bielorrusia sin espantar a nadie. De no revelarse contra Putin quizá su tránsito por aquel país, que se sirve para transporte de armas a Ucrania, no sucedería. Ahora en Bielorusia, Wagner tiene una nueva posición, más ventajosa, y en el mejor de los casos, robó ese pequeño error contable del Pentágono. Es alucinante como puede especularse sobre lo que nada se sabe realmente. Un medio britanico un día después del retroceso de Wagner tomó testimonios de personas en Moscú, todas muy decepcionadas por no ser liberados por esa buena gente paramilitar que por un momento pasó de ser el terror a la esperanza de occidente. Unos artículos más mencionaron lo golpeado que quedaba Putin con esto, Rusia se divide, dicen. La guerra se trasladó a su propio territorio, escribieron. Y todo esto me pareció fenomenal, porque en efecto era la narrativa preparada. La bala que debía dar en el blanco y que por un momento parecía se acercaba a la diana. Solo fue un espejismo, una ilusión. En el mejor de los casos, para EEUU, esto fue una lección aprendida: Se necesita más para espantar a Putin. O eso parece ser la narrativa al otro lado. En un video publicado en Twitter se le ve saludando y arreglando el uniforme a uno de sus oficiales, aunque decir simplemente “uno” no dice nada, pues este llevaba un maletín en su mano. Un maletín negro, de aspecto fuerte y que lleva adentro el mecanismo de activación nuclear. Parece no ser nada, pero ahí está Putin, de traje y junto a las escaleras del avión privado. Extiende la mano para saludar a su oficial, lo mira, estrecha su mano y luego se inclina levemente, mueve su mano para arreglar al uniforme del oficial. Hace un gesto como de “no es nada”, y sube las escaleras. El uniformado se queda tieso, pasa su mano tímidamente por la zona en la que Putin pasó su mano, su rostro es de espanto y vergüenza. De los videos de la guerra, es el que más llamó la atención. No hay atisbo de preocupación o actitud desesperada en Putin. Hoy se publicó un artículo que decía que el ejército ucraniano retomó zonas que Rusia había ocupado desde 2014, y también se difundieron videos de grupos de soldados ucranianos provocando una retirada de los rusos en la frontera. Algo extraño de estos videos, al parecer grabados con drones, es la ausencia de sonido. Son una película muda a color con mensajes sobre lo que hacen unos soldados y otros. Nada muy impactante, ni que se haga viral. Imágenes publicadas solo para aquellos que las busquen. Baudrillard tiene un libro muy extenso en el que presume que la guerra de Vietnam nunca sucedió dado que fue un espectáculo más para la televisión. Pues yo diría que la guerra en Ucrania es invisible, se transmite por internet, pero a nadie interesa aquel espectáculo. Su rating es tan bajo que ni siquiera afecta a las empresas en la bolsa. El mercado sigue igual, incluso con una parte del mundo paralizada. Guerra en el campo y guerra económica. Así que vivimos una ficción, algunas cosas suben de precio, por voluntad capitalista, no por clima económico. Así que así estamos, o así estoy, recorriendo este camino con mi pequeña libreta y preguntando al aire cuál será el final de este momento histórico. Presumo que no llegará a ningún lado, simplemente será el período en el cual se apilen cuerpos para que dos personas de traje se sienten a dialogar. Un diálogo que nunca conoceremos. En Ucrania Hector Abad Faciolince, un escritor colombiano con un padre asesinado por la violencia política, se vio en el lugar donde un misil ruso cayó. No le pasó nada, sin embargo, posó como testimonio de la guerra. No imagino la columna que escribirá pronto. En este mundo maniqueo en el que solo hay buenos y malos y todos, en un acto de paranoia extrema, se llaman nazis unos a otros. Se señalan por todos lados, es facho. Más motivos para creer que cualquiera que se acerque a Rusia peca contra el Señor, me pregunto qué piensan los escritores rusos. Hace tiempo que leí los diarios de Dostoyevski noté ese pensamiento rancio que atribuímos en algún momento a Marías. Para Dostoyevski, el antisemitismo y pasíon por lo que llamaba “la cuestion oriental”. Una especie de reafirmación nacionalista que estaba en peligro debido a lo de siempre: migración, un enemigo externo y demás. Este término volvió al tablero con la guerra en Crimea. Creo que en un sentido profundo es lo que está en juego para uno de los bandos, o para ambos. Y ahora que Suecia dice querer entrar a la ONU, ahora que quizá suceda, Rusia podría terminar de activar el nacionalismo que hizo cabalgar a Putin hacia la frontera para liberar a aquellos ucranianos que hablaban ruso y mantenían las costumbres rusas. Que parecen ser la mitad del país. Hector Abad Faciolince no habla ni ucraniano ni ruso, y no es menos payaso que Zelenski y ni mucho menos de derecha que aquellos soldados ucranianos. Agradezco al cielo que esté bien, quejarse tanto de la violencia y del radicalismo colombiano, siendo un burócrata acomodado, para irse a morir tan lejos.
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