13 de marzo, 2023
No conocía a Kenzaburo Oé, en realidad nunca lo conocí. Hace un par de meses compré uno de sus libros junto con otros de muy distintos autores. Lo traje conmigo y leí apenas algunas páginas, recuerdo meditar su llamativa idea, un libro en el que la muerte es el reducto para que los niños jueguen. Lo dejé porque quise leer otras cosas y luego el drama y los deberes aparecieron. Kenzaburo Oé murió sin apenas yo conocerlo y sin que él supiera absolutamente nada de mí. Pensé, al ver a tantas personas recordar su nombre, es una lástima; yo suelo llegar tarde a todo. Quizá habría podido sentir que mi lectura y admiración llegaban mientras Oé estaba vivo y no ante la lápida que inscribe su historia.
Hoy hizo frío y bajo la llovizna y el gris pensé de esta forma, todo parece desvanecerse apenas lo alcanzamos. La diferencia entre leer a Oé mientras está vivo o muerto no existe. Él ignora que yo lo leo en ambos escenarios, pero gratifica un poco (para mí) al menos ver su trabajo y recorrido mientras está de pie en la tierra. ¿Y si exclusivamente leyera libros de personas vivas, o muertas? ¿Tiene algún sentido? Un gran problema de la literatura, de las artes y de la vida en general, es depender de la novedad, de irrumpir como algo nuevo hasta convertirse en sedimento sobre los que otros edifican sus obras. Supongo que es la manera en que las generaciones se construyen unas a otras, sobre el polvo y la ceniza de aquellos que murieron. Tal y como sucede en el libro de Oé que compré y apenas si comencé a leer.
Hoy intenté volver a este, pero se esfumaron mis ganas. Ya está muerto, y yo pronto lo estaré, ¿qué importancia tiene?… tuve un pequeño momento en que imaginé que le decía esto a una terapeuta, ella me me veía con cara de “otra persona de clase media que no sabe qué hacer con su vida e inventa dramas”. Hablé con amigos y me masturbé viendo a Alessandra. Vi un documental de Hemingway entre las tareas diarias y en lo que preparé las clases que debo dar la próxima semana. Algunos escritores mueren de viejos, otros son asesinados y algunos mas acaban con su propia vida. Hemingway fue uno de estos últimos, Oé de los primeros, y recientemente el autor de los “Versos satánicos” casi se convierte en el del medio.
El resto del mundo tiene las mismas opciones, pero son los escritores quienes pasan por esto, regularmente, en el mejor momento de sus carreras, en su consolidación, en la cima de un camino que recorrieron con ambición. Creo que una solución a esto es entregarse al placer: al menos así se olvida uno de las penas y el día final llega con algo de consuelo.
Y es así como quiero imaginar que Oé dio su último suspiro.